Emilio Renzi, o Don Emilio para los amigos de las bochas, en la placita José C. Paz de Pompeya. Mañana cumple 86 años, pero no planea festejar aquel suceso. Imagina que alguna de sus dos hijas le organizará, por primera vez en su vida, una fiesta sorpresa. Pero seguramente no pase nada de eso.
El mejor regalo, piensa, sería que Huracán gane el domingo en la Bombonera. Otro hecho bastante difícil también, pero, ¿quién le impide soñar? Más a esta altura del partido.
Olga, su mujer, sigue igual que siempre, desde aquel día en que se conocieron nunca dejó de romperle las pelotas. Por lo que sea. Por la guita, por la ropa toda tirada, por los pelos en el jabón, los pocos que quedan, o por Irma, la viejita coqueta del kiosco, que cada vez que se manda a comprar los puchos, Particulares, lo entretiene con algún que otro chisme de la cuadra.
Hijo único y de familia italiana. Su primer laburo consistió en conseguir los clavos más baratos para las sillas que hacía el viejo en la maderera Renzi Hnos. La rotura de cadera de la abuela, lo mandó a buscar una nueva changa en el club. Así se hizo delegado del fútbol para pibes en Unidos de Pompeya. Por delante de él vio desfilar a futuras glorias que le darían numerosas alegrías a los hinchas de San Lorenzo. De ahí las puteadas en la calle o en alguna confitería, porque no pudo mandar a un solo pibe a que se pruebe en Huracán. Mientras, los cuervos no paraban de dar vueltas. Y todos en el barrio se lo refregaban por la cara. Le cantaban: “De Renzi pelotudo, sos idiota y sos boludo”.
En un baile conoció a Olga, a los nueve meses nació Silvita y tras otros nueve meses Adela. Todos los muchachos empezaron a hacerse colectiveros, pagaban bastante bien, así que Emilio no tardó mucho en sumarse. En el año 1958 se subió al número 7 de la línea 150: Puente La Noria-Retiro, trayecto que repetiría hasta su primer infarto. Junio de 1986, cancha de Vélez, Italiano lo manda al descenso al Globo. Derecho a la clínica. Y de ahí a casa. El doctor dijo que estaba flojo de salud, así que mejor sería que no salga mucho y menos que se preste a los dolores de cabeza que le daba el tránsito de la calle y aquel viejo Mercedes Benz. De todas maneras con los mangos que sacaba Olga, reconocida costurera del barrio, les alcanzaba para envejecer dignamente. A las chicas les iba bien, se habían casado con buenos tipos, uno abogado y el otro contador.
Mas tarde el club lo recibiría de nuevo, esta vez como encargado del buffet. De vuelta al fulbito, a ver a correr a los pibes, a las discusiones entre los padres, a las peleas con los árbitros. Allí pasó unos 12 años bárbaros, lo más lindo: el campeonato del 93, ganándole de visitante a la 82 de Franja de Oro, 158 partidos invicta. Pero el club se empezó a venir abajo y a los socios les pareció mejor tener un moderno estacionamiento.
Desde aquel día de la triste demolición hasta hoy, se dedicó a la casa: a arreglar la mesa vieja que estaba en el living, a pintar las paredes de las olvidadas piezas de las chicas y a aguantar a Olga, que pobrecita por el Parkinson tuvo que dejar los dobladillos y los pitucones. Y encima está mas rompepelotas que nunca.
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1 comentario:
Gonzi:
Cuando tus primos me dijeros del blog quise conocerlo, y aquí estoy acabo de leer lo que escribiste y lo hacés muy bien. Me gustó mucho, me gusta la idea,deja traslucir una mirada sensible, Felicitaciones. Aunque sea por este medio podemos mantener algún contacto. Un beso grande.Tu tía Nora.
No se si esto se hace en un blog pero te dejo mi mail norajeansalle@yahoo.com.ar
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